La vida no es sencilla, mucho menos, aquel que la enfrenta con la intención de ser respetuoso de D.os y de las leyes o como me dijo mi maestra de 6to grado cuando terminé la escuela primaria, “Sigue así, siendo honesto y serás el orgullo de tus padres y maestros”.
Consigna seguramente repetida en los valiosos boletines de cartón que les entregaban a los niños que hoy superamos los 60 años, pero que -vaya a saber uno- quizás por la autoridad del maestro imponente y calvo, que nos acariciaba con esa consigna o por las enseñanzas de un hogar austero, pero con ganas de hacer la mejor familia y la gran patria anhelada, nos tomamos con extrema seriedad las elocuentes palabras de nuestra “segunda madre” y sin flaquear en ninguna etapa del camino de la vida no hicimos un feo a nadie, consideramos al otro, y alentamos la decencia, el trabajo y la honestidad como una escuela de vida.
Lo dicho me fue llevando paulatinamente a considerar la relevancia de ser un hombre justo, circunstancia que provocó el desistimiento a mis apetencias por la lógica, la matemática, y las ciencias exactas, hacia un afán por el derecho y la pretensión “ingenua”, seguramente de ser protagonista en algún momento de mi vida de dar a cada uno lo suyo.
D.os, dueño y señor de todas las cosas estimó que yo podía ser un buen siervo en esos menesteres y así con absoluta convicción me entregué a la honrosa misión de comprometerme con el derecho y la justicia.
Hoy, 28 de marzo de 2014, luego de años de dedicarme a tal tarea, donde me topé con la misma intención con hombres de la talla del Dr. Julio Argentino Ruiz o el Dr. Luis Alberto Titanti me siento devastado y -aunque nunca lo voy a hacer, pues creo en la vida, y su inmensa belleza- con ganas de matarme, pues luego de luchar seis años y medio en la más absoluta orfandad, sin jueces ni fiscales que vinieran a auxiliarme logré instruir toda una causa, aportar pruebas, llegar a la audiencia clave donde tuve el atrevimiento de describir la entidad de la agresión que dos hijos del poder simplemente por diversión cometieron respecto de mi hijo Pablo provocándole una incapacidad de por vida que el Código Penal define como lesiones gravísimas con alevosía, pues le pegaron sobre seguro, pues Pablo estaba totalmente inconsciente.
En un país sin justicia y donde la vida y la integridad material y moral de las personas no vale nada, tres sumisos dependientes del poder político rechazaron mi pretensión, dejaron en libertad a los violentos, amigotes del poder, y Pablo quizás muera una noche de estas.
Una muerte que nunca importa cuando le sucede a un negrito de las quinientas (500) y menos a la ¿justicia?
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