Hace unos días como abogado apoderado de la parte querellante asistí a una audiencia de testigos.
El hecho que se trataba de develar era acerca del rol que cumplieron en el delito investigado - lesiones graves con alevosía - cada uno de los imputados al tiempo de golpear severamente a mi cliente hasta el punto de hacerle perder el conocimiento provocando real peligro para su vida.
El primer testigo, un hombre titular de un local bailable, duro, con todas las huellas de la vida nocturna marcadas en la cara y la mirada, relató los hechos tal cual habrían sucedido los mismos según su percepción, remarcando que mi cliente tomaba con las dos manos un vaso de plástico, mientras uno de sus agresores lo increpaba. Súbitamente recibe una violenta trompada, imprevista, aplicada con una violencia inusitada por el segundo de los imputados, cayendo hacia atrás, mal, golpeando de lleno con su espalda contra el piso donde yace inconsciente. Dijo que los violentos, que estaban en medio de un mundo de gente, pues era un primero de año a la salida de una confitería, abandonaron a mi cliente a su suerte como hicieron todos los que estaban allí, sin llamar una ambulancia quedando la víctima desmayada en medio de la calle durante cerca de veinte minutos.
Relata el testigo que lo sabe porque esos veinte minutos se la pasó dando vueltas y vueltas a la manzana y en cada una de ellas el cuerpo de mi cliente permanecía inerte en la acera sin ninguna ayuda, hasta que luego del tiempo ya indicado se acerca una persona que desvía los autos para que no lo pisaran.
Que luego declara una joven y bella dama, impecablemente vestida, que después de escuchar atentamente de las advertencias de ley mintió suave y delicadamente. Ella, como lo dijo había estado el lugar, pero a pesar de ver como los imputados se levantaban de la mesa - para irse tranquilamente a sus hogares, según su versión - se retiró del pub sin advertir nada extraño. La dama de unos 21 años, estudiante universitaria, no mostró gesto alguno que pudiera delatar la falsedad de sus dichos, serena, segura.
Terminada las declaraciones me informan que los otros testigos - todos de 21 a 23 años de edad y dos de 37 no podían ser hallados pues ¡¡¡Los padres se negaban a dar sus domicilios actuales!!! - insólito por varios motivos.
Lo sucedido ese día en Tribunales me hizo reflexionar sobre el comportamiento del testigo que daba vueltas y vueltas con su automóvil mientras la victima yacía sangrando en el suelo, inconsciente, mientras su vida se veía seriamente comprometida, la falta de ayuda de los muchos parroquianos que estaban en el lugar y en la vereda, de la negativa de los padres a dar el domicilio de sus adultos hijos para ¡¡¡declarar como testigos!!, la increíble inmutable pasividad al brindar su mentiroso testimonio por la damita, la falta de vocación del Juzgado por llegar a la verdad (el trámite lleva más de tres años) y me dije que esas personas, su comportamiento egoísta, no comprometido, mentiroso, determinan necesariamente que adopten para el gobierno de sus vidas y bienes un régimen de las mismas características.
Así coincidí con Andre Malraux (3/11/1901 - 23/11/ 1976), cuando afirmaba que los pueblos no tienen los gobiernos que se merecen sino los que se le parecen y por ello no les corresponde pedir que los gobernantes, irresponsables, timoratos y enemigos de la verdad cambien sin más. Primero debe cambiar el pueblo que elige a sus representantes a su imagen y semejanza. |