En el año 1980 accedí al cargo de secretario de primera instancia en la ciudad de Zapala. Como ya dije otras veces la ciudad estaba llena de posibilidades, de futuro, remarcando que el tren era la estrella del pueblo, como lo puso de manifiesto Quino en una tira de Mafalda donde aparecía en la punta de riel, orgulloso, claro, inmenso, el cartel de Zapala.
Mi viejo - mozo del coche comedor - realizó el trayecto Buenos Aires - Zapala durante toda su vida activa. Ferroviario de alma, recuerdo sus mil historias que acompañaban la vuelta de cada viaje.
Los pueblos que no dejaban de crecer al lado de la vía ferrera, los vagones llenos de carga, que llevaba a cada lugar el insumo pedido, el repuesto faltante, la encomienda esperada, que culminaba en ordenada y anhelada distribución al fin del recorrido.
Con mi gran amigo Luis Alberto Titanti y sus pequeñas hijas, no faltaba un día que no nos acercáramos a la estación, para estrechar manos de nuevos residentes, para disfrutar de ese maravilloso milagro de ruedas de hierro, de esa locomotora que apuraba el corazón de los que esperaban a sus seres queridos apenas su trompa amarilla aparecía doblando la última curva.
Imposible plasmar en palabras la enorme felicidad que implicaba abrazarte con los viejos cuando dejaban el alojamiento, que por casi un día le había brindado la añorada empresa estatal Ferrocarriles Argentinos.
El tren era un relámpago de vida para Zapala y cada uno de los parajes que poco a poco con la ayuda del caballo de fierro se convertían en pueblos relevantes, con gente plena de esperanza, con un futuro promisorio.
Un día un señor con poder dijo que los trenes debían desaparecer porque eran muy costosos, generaban un gasto insoportable para el erario público.
Pensé que era una broma de mal gusto. No fue así, el anuncio del señor con poder se concretó. El tren dejó de venir a Zapala. Las nanas de mi vieja ya no tendrían el alivio que le brindaban los camarotes del caballero del riel.
Con el tren también dejo estos lares mi amigo Luis, mis viejos, la orgullosa estación de Zapala quedo perpetua y tristemente vacía, cada pueblo que había nacido con la ilusión ferroviaria fue decayendo hasta desaparecer. El viento tapó de arena los rieles y el riguroso clima fue haciendo trizas los durmientes.
Cada vez que paso por el andén de la vieja estación zapalina, su estacionamiento ausente de autos que esperen afectos, la tristeza hace doler el corazón y dejo que el llanto fluya sin restricciones.
El boleto es de Ferroaficionados |
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