El caos, esto es la confusión y el desorden, califica hoy a la sociedad argentina en todos los ámbitos, desde la noticia cotidiana del asesinato brutal o la violación aberrante hasta la quiebra económica traducida en cierre de fábricas, suspensiones, despidos, miseria y su inevitable secuela de desnutrición, enfermedad, ignorancia y muerte.
Los gobiernos nacional y provinciales no atinan a salir de la habitual mediocridad y desinterés por las carencias que abaten al ciudadano, se encuentran extemporáneamente enfrascados en la lucha por el poder en el 2015, lejos de la realidad que urgente exige medidas concretas que mitiguen el hambre, el dolor, el sufrimiento de vivir sin techo en pleno invierno o con el agua hasta la cintura por inundaciones que a nadie importa.
Como tantas veces lo esencial es invisible a los ojos, y así un gobierno sin sensibilidad, encerrado en las venganzas de los años setenta, en ideologías que alentaban el enfrentamiento sangriento entre hermanos, en utopías desactualizadas y que siempre contesta con la respuesta incorrecta, inexplicable para el orden normal de las cosas y el sentido común, junto a la complicidad de una oposición sin rumbo ni argumentos van arrastrando dolosamente a un pueblo manso y cansado al fondo del abismo mas temido.
La anarquía cotidiana traducida en violencia irrefrenable, inseguridad, incumplimiento de los roles esenciales del gobierno en materia de salud, vivienda, empleo, educación, justicia, ha provocado que el hombre común acuda a las vías de hecho para defender su integridad personal y patrimonial y la de su familia; la justicia por mano propia y el sálvese quien pueda están reemplazando el orden institucional.
Obviamente esta regresión ha de revertirse, los titulares del poder deben tomar conciencia de que la situación es desesperante, que sólo se admite la acción decidida de los representantes del pueblo para restablecer las instituciones, para alejarnos del caos, la confusión y el desorden en que estamos inmersos.
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