La realidad, que consagra el triunfo por goleada de la ineptitud e irresponsabilidad acompañada del contacto político adecuado, por sobre la idoneidad consecuente pero huérfana de padrinazgo afín al poder, desalienta y abruma.
Un país se realiza, o se reconstruye con el mejor elemento humano con que pueda contar, con aquél que acredite tiempo invertido en honrar los valores, de enfrentar la realidad con la verdad, asumiendo todos los riesgos, honrando los compromisos rigurosamente, trabajando duro, desechando aprietes, respetando a Dios y las leyes, manteniéndose obstinadamente independiente a cualquier presión.
Esto es, Argentina accederá al camino que lleve al crecimiento y al desarrollo cuando cuente con dirigentes trabajadores, generosos, honrados, con la firme intención de realizar el bienestar general, postergando sus apetencias personales, priorizando la creación de empleo y salario digno, derrotar la inseguridad, el narcotráfico, la corrupción, sembrando escuelas y hospitales que atiendan las manifiestas carencias en educación y salud que hoy abruman al hombre de a pie, al pueblo todo.
Obviamente no será fácil volver a la cultura del trabajo y del esfuerzo sostenido luego de décadas de facilismo populista que nos llevó a este nivel de postergación social, de pobreza sin esperanza, de resignada miseria, pero debemos aceptar y asumir la dificultad, obviar falsas promesas y convertir en emblema la imperiosa necesidad del sacrificio de todos para poder paulatinamente, lograr construir la gran Nación que nos merecemos.
Contamos con recursos materiales más que suficientes - la soja, el petróleo y el gas, para citar sólo algunos - para que el trabajador apto la convierta en riqueza que inundará tanto el mercado nacional como internacional y con prisa y sin pausa el fruto de una Política de Estado racional y transparente nos dará la credibilidad ausente y con ella llegarán las inversiones que contribuirán al progreso anhelado.
En suma, no es ninguna utopía que Argentina renazca de las cenizas, sólo debemos cambiar el paradigma del amiguismo y el acomodo estéril, por aquel que prioriza la idoneidad responsable en todas y cada una de las áreas del país, desde la administración del Estado hasta las variadas actividades productivas presentes en cada rincón de este territorio pleno de recursos que, como dijimos, la mano del hombre apto y consecuente, convertirá en riqueza.
Obviamente para lograr este objetivo el pueblo no debe equivocarse mas y en lo sucesivo tendrá que apreciar, con rigor y prudencia, las capacidades de aquellos que por medio del voto designe como sus representantes
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