El gran secreto en la gestión exitosa de cualquier emprendimiento, desde la administración de la economía familiar hasta la de una gran empresa y también las cuentas de una Nación, reside en algo tan simple como es que los ingresos siempre superen a los egresos, que aún así se mantenga un fondo de reserva, conformado con ahorro de una porción de los ingresos, para hacer frente a los malos tiempos que algunas veces suelen aparecer a pesar de todas las previsiones para aliviarlos, prudencia y austeridad en los gastos, y cuando sea absolutamente indispensable contraer una deuda se honre estrictamente el pago de la misma al tiempo de cada vencimiento.
Como dije el procedimiento descripto precedentemente se aplica en la ejecución de cualquier proyecto sin que importe su envergadura y así, llegado el caso del manejo de la economía de un país, el respeto sin excepciones a normas tan simples tendrá como futuro un destino sin sobresalto, un puerto seguro que nos albergará de buitres y otras aves carroñeras.
Obviamente si no cumplimos tan sencillo proceder y gastamos en exceso, no nos preocupamos por mantener en un nivel adecuado la reserva de ingresos que nos permitan salvar la borrasca causada por nuestra imprudencia y acudimos a prestamos usurarios una y otra vez sin invertir un sólo peso en empresas que generen la riqueza que pueda sanar tantos males, dedicándonos irresponsablemente a dilapidar cada centavo que llega a nuestras manos, en poco tiempo toparemos con la ruina más espantosa.
Con un poco más de complejidad y torpeza lo narrado en el último párrafo es lo que ha ocurrido a Argentina en los últimos años.
A pesar de haber tenido los ingresos más relevantes de la historia, sumados a recursos prestos a convertirse en inmensa fuente de riquezas como Vaca Muerta, Chihuidos, paraísos turísticos de indescriptible belleza y un material humano culto y apto, el desgobierno, la soberbia, la dilapidación como política económica, el acomodo que reemplazó a la idoneidad, entre tantas decisiones desacertadas nos ha llevado a una ominosa quiebra que aparenta no tener salida.
La impericia negligente, negocios cuestionables, una fiesta de excesos que disfrutaron unos pocos privilegiados, nos ha colocado en un lugar vergonzante, aislados del mundo civilizado, y en medio del drama nuestros mandatarios no asumen responsabilidad alguna, no muestran una pizca de razonabilidad, aumentan descomunalmente el gasto público, alientan un consumo que ya no será por la ausencia de ingresos y la inflación galopante, que sumada a la recesión y los despidos en masa han acabado con el pueblo a merced de criminales y en la pobreza profunda que legarán a sus hijos. |