Desalienta después de tanto luchar, llegando al fin del camino, ver que el país jardín de infantes que describió María Elena no sólo sigue vigente sino que incluso ha involucionado volviendo a la dependencia extrema de mamá o papá, a andar con pañales rigurosamente, necesitando llorar a gritos para que nos den de comer algún bocado ya que como todo bebé no nos bastamos a nosotros mismos.
Vaya a saber uno que será de este pueblo de infantes cuando mamá Cristina se vaya, quien nos alimentará, moriremos de hambre y de frío pues no supimos, en más de una década, crecer lo suficiente para proveer a nuestras necesidades sin acudir a planes de todo tipo que suplieron el rigor del trabajo duro y la remuneración digna, como corresponde en las sociedades desarrolladas.
El triunfo de Dilma en Brasil es un claro ejemplo que el trabajo no es el anhelo de los pueblos latinoaméricanos, como tampoco la seguridad, sino conseguir los planes necesarios para vivir con la mínima indignidad posible, que alcance para un porro o una pizca de paco, un par de chapas de techo y lo que se consiga en el comedor comunitario más próximo.
Destruido absolutamente el trabajo genuino, allá lejos y hace tiempo, sólo queda el empleo público para los privilegiados amigos del poder y los desheredados de toda solemnidad tienen los planes que han permitido sobrevivir en la pobreza pero sin que duela la osamenta.
No es culpa de la gente, es producto de gobiernos que se dicen nacionales y populares, que desalientan la inversión productiva, que reniegan de la Patria en serio, sólo acuden a una versión trucha para actos y juras solemnes de funcionarios que no funcionan, que agitan la utopía desgraciada de los años setenta, que sueñan con el paraíso castro comunista.
Y la oposición débil y anárquica no muestra uñas como para enfrentarse con éxito a un modelo sin contenido que nos lleva de la mano al infierno tan temido.
Quizás, si el gobierno tiene razón respecto de los burgueses neoliberales, me merezco este padecer por encuadrar mi vida en el trabajo duro, la familia, no dejar mis palomas a merced del viento sin tener reparo, por emocionarme al cantar el Himno Nacional en la plaza de armas del Batallón de Ingenieros 181 en tiempos de servir a la Patria, por cuidar a mis padres como lo hice con mis hijos y hoy con mis nietos, por la rigurosa independencia de mis sentencias, por ser orejano, por creer en la republica, en los valores, la decencia, la honestidad, la mano tendida al otro que es mi hermano, porque ya estoy viejo y La Parca es impaciente |