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Escrito por hector luis manchini   
Miércoles, 16 de Enero de 2013 09:12

Días pasados, mientras me encontraba almorzando en un restaurante de Mar del Plata, advertí que en una de las mesas se estaba celebraba el cumpleaños de una mujer con muchos años de vida acompañada por su familia.

La torta, el feliz cumpleaños e interrogando a las mozas me enteré que la dama cumplía nada más y nada menos que 94 años de edad.

Tenía en mi poder un par de libros de versos de mi autoría que me habían pedido y pensé que sería buena idea resignar uno de ellos y obsequiarlo a la cumpleañera.

Me acerque a la mesa y dirigiéndome a quien parecía la hija de la anciana le puse de manifiesto mi deseo de homenajearla obsequiándole un libro de mis modestos poemas..

Me sorprendió que los integrantes del festejo se quedaran mirándome en silencio con caras poco amistosas - mis versos no son justamente un símil de los bellos de Alfonsina Storni pero tienen lo suyo y no creía que ya hubiesen adquirido tan mala fama como para generar tamaña reacción de los comensales - con expresión que me retirara inmediatamente, con mala onda, digamos.

Dedique el libro a la dueña del festejo, lo firmé y sin esperar un gracias que obviamente nunca fue, me retire rápidamente antes de padecer alguna agresión ante mi actitud que quiso ser un gesto amable a una dama casi centenaria en el día de su cumpleaños y se convirtio en una experiencia desafortunada.

En mi mesa tratamos con mi compañera explicarnos lo sucedido. Los gestos y actitudes, el silencio, las caras adustas, exhibían un claro sentimiento de fuerte rechazo, de temor, que se vio ratificado cuando advertimos que culminada la fiesta los que integraban la mesa de cumpleaños eludieron pasar cerca de mi mesa y rápidamente huyeron por un pasillo lateral.

Insólito, no podía sacarme la imagen de esas caras que me echaban al entregarles el libro de obsequio, el silencio, la huída sigilosa.

Me subí a un taxi y me atreví a preguntarle al tachero acerca de su opinión de lo ocurrido. Canchero pero seguro me dijo: "Y, miedo,¡ que va a ser! Hoy la gente tiene miedo que con cualquier excusa le saquen datos personales, teléfonos, dirección, uno entra y más tarde van a su casa y lo revientan después de afanarle. No dude fue eso, miedo, además ¿Un regalo en la ciudad de las furias? ¿De un desconocido? la gente se limita a relacionarse en círculos de amigos y familiares cada vez más pequeños, demasiado engaño, demasiada habilidad para sacar datos, mucha muerte y afano por gil, por dar datos, dirección, teléfonos, y demás, cuando hay que mantener la boquita cerrada".

Llegué a mi destino, le pagué al señor del taxi con cuyo argumento coincidí totalmente, abrí la puerta del auto, miré cuidadosamente que nadie me asechaba y llamé a la casa donde me estaban esperando, demoraban en atenderme, pensé que en realidad recién había conocido a mis anfitriones, que para mi eran unos extraños a los que desprevenido les di mis datos personales, la noche tan oscura, ¡¡¡Taxi!!!, llegué a casa, traba, doble vuelta de llave y a la cama.

No pude dormir, debía dejar de ser tan confiado, el engaño, la inseguridad, en fin, el miedo que nace de un fuerte sentimiento de inseguridad que se ha instalado para quedarse

 
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