Juan perdió la sonrisa. Nunca más la salida atrevida que disipaba el gris de cabezas gachas. No tiene ganas, ausente de voluntad, harto de andar y andar por una changa que lo salve de la vergüenza del plato de comida caliente en el comedor comunitario, de la mendicidad irremediable cuando la panza duele y reclama un poco de algo.
Su perenne esperanza de que todo va a mejorar se hizo trizas ante una realidad que le dice siempre no a su lomo y a sus manos cuando se ofrecen por monedas para arreglar cualquier cosa, para cargar unas bolsas, encargarse de ese techo o recortar aquel árbol que ayer eran habituales y hoy tienen el no por respuesta.
Piensa que tal vez lo tiene merecido por orejano, porque nunca quiso tener dueño, por no agachar la cabeza para que el amo de turno le otorgara ese empleo público que le hubiera ahorrado carencias pero a costa de lamer las botas del que manda, que le pusieran la marca de una afiliación al partido y el voto de rigor en tiempo de elecciones, y eso jamás, la libertad, los valores no se negocian aunque el hambre apriete.
No se arrepiente, nunca lo haría, su esencia de honrar la vida con el trabajo de todos los días sigue vigente a pesar de su paso lento, el gesto adusto, y esa desgana que aparece por primera vez en su trajinada vida.
Los amigos de las épocas de carcajadas han desaparecido, evitan su presencia, eluden su mirada, es un tipo políticamente incorrecto, no se aviene a las reglas y no vaya a ser que el señor los relacione y por eso si te he visto no me acuerdo.
Hoy no golpeó puertas ni tocó timbres, ayer el desalojo por falta de pago lo dejó sin casa, anduvo sin rumbo fijo y al llegar la noche busco un par de cartones, el justo rincón de las penitencias, se acurrucó y con el sueño tibias imágenes de un lejano pasado, de chiquilines de pelo como el trigo tomados de su mano, jugando con la caprichosa ¡Papi!¡Papi!¡Mirá como pateo!, la calesita plena de luces y el sol en las caritas traviesas, una sonrisa en sus labios y se dejó llevar.
A la mañana siguiente el agente intentó despertarlo, esfuerzo estéril, los cartones que hicieron de abrigo no pudieron con el frío de la noche sureña, Juan había dejado este valle de lágrimas.
Cuando llevaban el cuerpo inerte a la morguera fue comentario la inexplicable sonrisa que dibujaban sus labios.
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