En el año 1980 me instalé en la ciudad de Zapala, lugar que estaba lleno de posibilidades, de futuro, todo ello tenía al tren como medio esencial de la prosperidad que podía apreciarse en infinidad de casas y negocios que se construían con un entusiasmo asombroso.
Tanta relevancia tenía el tren para el desarrollo de los pueblos que iban naciendo a su vera que el genial Quino lo hizo famoso en una tira que me atrevo a mostrar.
Los pueblos que no dejaban de crecer al lado de la vía férrea, los vagones llenos de carga, que llevaban a cada lugar el insumo pedido, el repuesto faltante, la encomienda esperada, que culminaba en ordenada y anhelada distribución al fin del recorrido.
Imposible plasmar en palabras la enorme felicidad que implicaba abrazarte con los viejos cuando venían a visitarme y a abrazar a sus nietos.
El tren era un relámpago de vida para Zapala y cada uno de los parajes que poco a poco con la ayuda del caballo de fierro se convertían en pueblos relevantes, con gente plena de esperanza, con un futuro promisorio.
Un día un señor con poder dijo que los trenes debían desaparecer porque eran muy costosos, generaban un gasto insoportable para el erario.
El tren dejó de venir a Zapala. Junto con su ausencia la orgullosa estación se quedo perpetua y tristemente vacía, lo mismo sucedió con cada pueblo que había nacido con la ilusión ferroviaria que fue decayendo hasta desaparecer. El viento tapó de arena los rieles y el riguroso clima fue haciendo trizas los durmientes.
Hoy cada vez que paso por el andén de la vieja estación zapalina, su estacionamiento ausente de autos que esperan afectos, la tristeza hace doler el corazón y dejo que el llanto fluya sin restricciones.
Última actualización el Jueves, 24 de Junio de 2021 13:19