Recuerdo mi primer visita a San Martín de Los Ándes, como secretario de un juzgado de Zapala. El paisaje me sacaba el aliento, pero además arquitectos e ingenieros geniales habían construido un imponente y maravilloso Hotel cerca del cielo en la entrada al paraíso, y quizás por ello su nombre tan acertado, tan justo, "Sol de Los Ándes".
Después del trabajo me hice una escapada y su interior deslumbrante y suntuoso me pareció de mágica excelencia, con una sala de juegos donde deben estar las salas de juegos, en un ámbito de esparcimiento y diversión, ocasional para el gran momento que uno reserva para olvidarse de la realidad por unos días.
Su terraza permitía ver la acogedora ciudad de juguete que le había dado albergue, gente amable, con la sonrisa del sin apuro, cuando todo parece en orden, que la felicidad será para siempre.
Las habitaciones confortables una invitación imposible de rechazar. Amplios ventanales desde donde el cielo sureño blanco de estrellas me confirmaba que estaba disfrutando una de las maravillas del mundo, ubicada frente a un lago azul y manso, rodeado de montañas nobles y a lo lejos la angostura que anunciaba el principio de los siete lagos que culminaba en el Nahuel Huapi que baña las aguas de la ciudad estrella de la provincia vecina.
Cada vez que se daba la ocasión me corría a San Martín y me llegaba hasta el hotel de sueños, hadas y hechiceros, de tantos momentos de felicidad, de esos que se paladean despacio, se los hace durar, tiempos en que la vida vale la pena.
Como suele suceder cuando se hace presente la codicia humana fue elegido como presa por especuladores de la vida que obviando tanta belleza cambiaron el mejor de mis sueños por un asunto de dinero y así con la excusa de remodelar al "Sol de los Andes" lo destruyeron mezquinamente, le robaron toda su magia, quitándole a la ciudad de juguete su joya más preciada.
No mencionaré la política ni la justicia tan ausentes en esta desafortunada provincia, sería manchar el mágico recuerdo la bella noche en que desde el borde de su terraza fui testigo de la luna sureña compartiendo con el lago manso un instante de amor intenso, donde el agua se vistió de plata mientras miles de estrellas curiosas eran testigos del fantástico romance.
Foto diario Rio Negro
|