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Sueños de mocoso inquieto PDF Imprimir E-mail
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Escrito por hector luis manchini   
Sábado, 23 de Agosto de 2014 16:45
abuelo

El exilio, los años viejos que llegan en un abrir y cerrar de ojos, la nostalgia, la ausencia de amigos apresurados en la partida, el olvido que acompaña el simple transcurrir, el alma abatida por insuperables traspiés de la vida, la falta de ganas que retarda salir de la tibieza de las sábanas, tristeza de lagrimón por ese dolor insuperable, infinidad de pálidas que dejan de ser en el mismo momento que luego de romper con ese matiz de tango triste te corriste hasta la casa de tu hijo, el que vive a un par de cuadras de tu casa y que intolerantemente obstinado te negabas a visitar, tanto tiempo que pensabas que tu nieto Beni no te recordaría, ese temor insalvable ayudaba a retrasar el encuentro.

Tímidamente golpeaste la puerta del hogar filial, apenas se abrió un abrazo con ganas de Diego alivió la tensión de tu rostro, una sonrisa dio paso a esa charla tan postergada, en un instante se abre la puerta y vos sentado en un sillón reconoces a ese muchachito un poco más alto y delgado al que se le rompe la cara en un sólo gesto de alegría que elude a la madre para que nada ni nadie pueda trabar llegar a tu cuello con su brazos y el beso fuerte mientras repite una y otra vez ¡abuelo! ¡abuelo!, y el beso tibio y la emoción te puede, ojos que se humedecen mientras tu mano acaricia una y otra vez su pelo como de trigo, ese borbotón de rulos, esa ansiedad sin límites que te hace saber que te esperaba, que donde estabas, que al fín viniste abuelo.

Y Beni te toma de la mano como para que no te marches y te lleva a que veas su primer refugio, íntimo y vital, esa habitación llena de ternura, con el sello de Beni, con el oso a su diestra y el perro a los pies, que cada noche cuidan su sueños, no deja de moverse, indicar, abrazarte, mientras la felicidad de tenerte está presente en cada gesto, en cada caricia, en esos ojos que no dejan de mirarte y que te dicen sin reproche como te extrañé abuelo, como te esperaba, y vos le juras en el abrazo que no va a volver a suceder, que cada semana será sol y celeste cielo, regocijo feliz que conmueve el alma del veterano sensible.

Un intenso y largo abrazo selló la despedida y la calidad de compinche de la vida, que será por siempre, sin pausas, que sólo llama y el abuelo estará cada día y cada noche, en tus felices sueños de mocoso inquieto. 

 
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